Los opiáceos y opioides son la última plaga de los EE. UU. Ahora que la industria farmacéutica ha creado un ejército de adictos, los cárteles de la droga aprovechan para llenar el hueco. Están inundando América con heroína y fentanilo. Hemos querido averiguar cómo se ha producido esta crisis sin precedentes y por qué el cannabis medicinal ofrece esperanza.
La morgue de Dayton, Ohio, está a reventar. Hay días en los que los cuerpos sin vida llegan cada hora. «Estamos saturados», confirma el forense responsable en respuesta a una consulta del New York Times.
Junto a sus estados vecinos Kentucky, Pensilvania y Virginia Occidental, el estado de Ohio es una de las zonas del país más afectadas por la crisis de los opiáceos y los opioides.
En internet, circulan videos de adictos que se desploman en público, en supermercados, en gasolineras, en autobuses. La magnitud de la crisis es tal que Donald Trump declaró el estado de emergencia nacional en el verano de 2017.
Estados Unidos se ahoga de dolor
Las cifras hablan por sí solas: En 2016, 64.000 personas murieron de sobredosis. Son más muertes que en el peor momento de la epidemia del SIDA, y más que en las guerras de Vietnam, Irak y Afganistán juntas.
A diferencia de lo que ha ocurrido en el pasado, la epidemia actual de drogas no es un problema que afecte al centro urbano. Son principalmente los suburbios y las zonas rurales las que se han visto afectadas. Lugares que nunca se han llegado a recuperar de la crisis económica de 2008.
Y al contrario que en la época del crack, es la población blanca del país la que se ve afectada. Millones de ciudadanos son adictos a los analgésicos opioides que contienen opiáceos, heroína y fentanilo.
El cannabis ofrece esperanzas, pero no es una cura para la epidemia de opioides
Primero las buenas noticias: Múltiples estudios e historias de pacientes se refieren a las cualidades para aliviar el dolor del THC y del CBD. Como parte de un estudio actual, la Universidad de Nuevo México está investigando si los pacientes que sufren dolor crónico pueden reducir su consumo de opiáceos y opioides mediante el uso de cannabis. Los resultados iniciales son alentadores.
En lo que respecta al efecto de los cannabinoides en la adicción a los opiáceos y opioides, hay algunos indicadores interesantes obtenidos en experimentos con animales. En un estudio, el CBD bloqueó el efecto de recompensa de la morfina. En otro estudio, el CBD redujo el comportamiento de búsqueda de heroína en ratas. El efecto positivo de retraso todavía pudo observarse dos semanas después, lo que podría ayudar a prevenir las recaídas.
Una nueva iniciativa de investigación en UCLA también da motivos para la esperanza. Según Jeff Chen, quien dirige la investigación, hay indicios de que el cannabis podría ayudar a la gente a dejar la heroína y las pastillas: «Donde hay un elemento de dolor crónico, el cannabis puede dirigirse al elemento del dolor crónico. También sabemos que los adictos a los opiáceos y opioides presentan una gran inflamación a nivel neurológico, que creemos impulsa el ciclo de la adicción. Los primeros estudios han indicado que los cannabinoides reducen la inflamación cerebral».
Hace cinco años, un estudio que se ha citado mucho demostraba que los estados que cuentan con un programa de cannabis medicinal informan de hasta un 25 % menos de muertes relacionadas con los opioides que los que no tienen un programa de ese tipo. La investigación se realizó entre 1999 y 2010. Pero si observamos el periodo entre 2010 y 2017, los resultados son bastante diferentes. Los estados con cannabis medicinal informaron de un 23 % más de muertes. Lo mismo se confirma en un nuevo estudio publicado en junio de 2019.
Chelsea Shover, coautora del estudio e investigadora de la Universidad de Stanford, no cree que el cannabis pueda evitar la muerte por sobredosis de opioides. El médico y profesor Chinazo Cunningham coincide con ella: “El cannabis no es en absoluto un arma milagrosa. No es una cura para la epidemia de opioides».
Sería ingenuo creer que el cannabis es una solución para la crisis de los opiáceos. Pero eso no quiere decir que no desempeñe un papel en el alivio del dolor, como demuestran los estudios anteriores y la evidencia anecdótica.
Cunningham está de acuerdo. Su deseo es impulsar la investigación. Pero mientras el cannabis esté prohibido a nivel federal, sus manos están atadas. El gobierno de EE. UU. no da señales de relajar la prohibición del cannabis, para alegría de la industria farmacéutica, que es la principal responsable de la crisis. ¿Hay algo de verdad en esta acusación?
$$$$$$$$$$$$$ ¡Es hora de una bonificación en el barrio!
Los años 50 fueron una época de nuevos comienzos. Nada parecía imposible en la tierra de las oportunidades infinitas. Mientras se construían los primeros Escarabajos VW en Alemania, los estadounidenses ya conducían automóviles enormes para ir de compras. En ninguna otra parte resultaba más evidente esta sensación de oportunidades que en Nueva York. Manhattan vivió un auge de la construcción sin precedentes, las torres de Midtown llegaron a lo más alto.
Llegar a lo más alto también era lo que querían los tres hermanos Arthur, Mortimer y Raymond Sackler. En 1952, compraron la pequeña compañía farmacéutica Purdue Frederick, que se convirtió en la piedra angular de su riqueza posterior. Los primeros años fueron difíciles, no resultaba fácil hacer mucho dinero con laxantes y limpiadores de cera del oído. Lo que parecía más prometedor era el negocio de los analgésicos.
En 1996, la empresa familiar, ahora renombrada Purdue Pharma, lanzó OxyContin, un analgésico fuerte, a base de oxicodona, un opioide semisíntetico. La oxicodona ya se usaba en otros analgésicos, pero no en su forma pura, ni en una concentración tan alta. Pusieron a la venta no solo pastillas de 10 mg, sino también algunas con 80 y 160 mg de oxicodona. En el libro «Pain Killer: A “Wonder” Drug´s Trail of Addiction and Death» de Barry Meier, se describe así: «En términos de potencia de fuego narcótica, OxyContin era un arma nuclear».
La FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos) había clasificado OxyContin como una sustancia de la Lista II, para la cual, por definición, existe un alto riesgo de abuso y adicción. Sin embargo, Purdue comercializaba sus pastillas como una cura para todo tipo de dolor. El comunicado de prensa de su lanzamiento afirmaba: «El temor a la adicción se ha exagerado». La finalidad era que un mecanismo patentado que asegura que el único ingrediente activo se libera lentamente («Contin» significa liberación continua) evitara el abuso.
En 1996, Purdue puso en marcha una campaña de publicidad a gran escala para convencer a los médicos, comerciantes y consumidores de las nuevas pastillas mágicas. La campaña presentaba a una abuela feliz que tiene el dolor de espalda bajo control gracias a OxyContin y que, por fin, puede volver a jugar con sus nietos.
Los consultorios médicos recibieron casi 35.000 cupones iniciales, que se podían canjear por pastillas gratuitas. A sus propios representantes les convenció el gran capital. Literalmente. Enviaron un correo electrónico cuyo asunto era: «$$$$$$$$$$$$$ ¡Es Hora de una Bonificación en el Barrio!». Al mismo tiempo, Purdue financiaba miles de cursos de formación, conferencias y asociaciones.
¿Quién no tiene todavía, quién quiere más?
La maquinaria publicitaria bien engrasada dio en el blanco. El escepticismo inicial dio paso al entusiasmo. Algunos médicos comenzaron a recetar las pastillas de colores como si fueran Smarties. Sus pacientes estaban encantados y volvían a por más. Esto refleja una trágica debilidad del sistema sanitario de los Estados Unidos: está diseñado para hacer lo que los pacientes quieren y no necesariamente lo que es bueno para ellos.
Muy poco después de su lanzamiento en el mercado, aparecieron las primeras patillas OxyContin en el mercado negro. Además, enseguida se corrió la voz sobre cómo liberar todo el ingrediente activo a la vez. No hay más que machacar las pastillas. Los usuarios comenzaron a esnifar y a inyectarse «oxys». Pero a muchos, solo con tomarlos por vía oral, les llevó directamente a la adicción.
En 2007, Purdue Pharma se declaró culpable de engañar al público en lo que respecta a los riesgos de adicción de OxyContin. La empresa fue demandada por 634 millones de dólares. Una nimiedad en comparación con los 35 mil millones de dólares que parece que ganaron los Sacklers con su medicamento de gran éxito. ¿Qué ha pasado luego?
Purdue ha invertido más dinero que nunca en sus esfuerzos de presión. Entre 2006 y 2015, la industria farmacéutica gastaba cerca de 900 millones de dólares en grupos de presión, ocho veces más que el lobby de las armas durante el mismo período.
El apetito de Estados Unidos por los opioides estaba lejos de satisfacerse. Las cifras de ventas se dispararon. Y el tiovivo siguió dando vueltas. En 2012, los médicos expidieron 259 millones de recetas para medicamentos que contienen opiáceos y opioides, suficiente para entregar a cada adulto del país un bote de pastillas. Este fue el momento cumbre de la locura de las recetas.
Pastillas primero, luego heroína
En 2016, el CDC (Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades) de EE. UU. publicó unas directrices nuevas para la prescripción de opioides, y el número de recetas empezó a disminuir.
Ahora bien, ¿qué sucede en cualquier mercado en el que la demanda excede la oferta? Los precios suben. Eso a su vez hizo que los cárteles de la droga mexicanos se interesasen. Inundaron América con heroína barata.
Al hacerlo, los llamados «Jalisco Boys» actuaron de la misma forma que la gente de publicidad de Purdue antes que ellos. Según las estadísticas publicadas, dirigieron su producto a los sectores pobres con bajo nivel educativo, en los que se registraba una media mayor de accidentes laborales. Distribuyeron muestras gratuitas cuando lo lanzaron en el mercado.
La estrategia funcionó: cerca de un millón de estadounidenses consumen heroína regularmente. Alrededor del 80 % de los nuevos consumidores comenzaron su adicción con los analgésicos opioides legales.
La heroína se elabora a partir de la savia lechosa de la adormidera, que es difícil de cultivar en México. Para poder ocuparse de la gran demanda, los cárteles empezaron a mezclar fentanilo con la heroína. El fentanilo es un opioide completamente sintético, que es bastante fácil de obtener en el mercado negro chino.
Danny, un heroinómano desde hace tiempo de Filadelfia, recuerda cuando apareció por primera vez en el mercado la nueva droga: «La gente no sabía qué tenía entre manos… Tan pronto como los traficantes vieron que la gente caía como moscas, pensaron: ‘Estamos haciendo algo mal’. Ahora lo mezclan mejor». Por desgracia, solo podemos estar de acuerdo con Danny en parte.
Casi todos los consumidores que terminaron en el depósito de cadáveres en Dayton habían muerto a causa de una sobredosis de fentanilo. No se vislumbra el fin. Los expertos asumen que la cantidad de muertes por sustancias opioides seguirá aumentando.
La tierra de las oportunidades infinitas
Patrick Radden Keefe del New Yorker fue quien sacó a la luz los negocios sin escrúpulos de Purdue Pharma. Bajo el nombre «Mundipharma», los propietarios de Purdue hoy están activos en China, México y Brasil. Keith Humphrey, psiquiatra de la Universidad de Stanford, advierte sobre la globalización de la crisis de opiáceos.
Los Sacklers siguen llevando una doble vida. En público, se presentan como buenos chicos y usan su dinero para financiar museos, galerías y universidades de fama y reputación mundial. Pero mientras tanto, la oposición es cada vez mayor . En el verano de 2019, el Museo del Louvre y la Biblioteca de Londres declararon que no aceptarían donaciones de la familia Sackler. Otras instituciones de arte de renombre, como la Tate de Londres y el Guggenheim de Nueva York, ya había declarado que no aceptarían ningún tipo de filantropía de parte de los Sacklers.
El movimiento de protesta lo lidera Nan Goldin. La famosa fotógrafa se convirtió en adicta cuando empezó a tomar OxyContin. Después de un doloroso síndrome de abstinencia, ha superado su adicción a estos fármacos. Y les ha declarado la guerra a los Sacklers. En Twitter e Instagram, exige que la familia invierta parte de su fortuna en programas de tratamiento y prevención de adicciones.
Purdue Pharma hoy también se encuentra en medio del fuego cruzado de las autoridades estadounidenses. Numerosos estados y municipios acusan a la empresa de minimizar los riesgos y comercializar OxyContin de manera demasiado agresiva. Reclaman una indemnización de 10 a 12 mil millones de dólares. Tras llegar a un acuerdo con los demandantes, Purdue Pharma se declaraba en quiebra en septiembre de 2019.
Aunque podemos apoyar su campaña contra los Sacklers: sería demasiado simplista culpar solo a la industria farmacéutica de este problema. La crisis de los opiáceos en América es ante todo una crisis social. La falta de perspectivas y el aburrimiento son las condiciones perfectas para que florezca la adicción.
Lo que la gente necesita son empleos que ofrezcan la oportunidad de una vida digna. Eso incluye el acceso a un sistema sanitario que funcione. En las áreas rurales, el tratamiento médico y terapéutico, que los adictos necesitan desesperadamente, es un caos. Apenas hay terapias o tratamientos alternativos, como el tratamiento con cannabis.
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